martes, 29 de diciembre de 2015

Dignidad y suicidio



-"¡Doña Matilde, me llamó ladrona delante de to’ el mundo!¡No consideró na’! ¡Yo le juro a uted que yo no cogí eso do peso...! ¡A mí no me educaron así! ¡Primero muerta que ponerle la mano a lo ajeno...! Ella me conoce bien, sabe que yo no soy así. ¡Me ofendió delante de toa la gente siendo una mentira" . Así, con estas palabras se confesaba esa mujer con mi madrina quien intentaba convencerla de que todo cambiaría, de que su amiga reflexionaría y le pediría disculpas.




En una, la mujer cogió en ruedo de su larga falda y se sacudió la nariz después de enjugarse las lágrimas que resbalaban por su rostro y caían sobre su falda como balas. De momento, de manera abrupta, dejó de llorar y, como si nada estuviera sucediendo, se puso en dirección a la puerta de salida. En el rostro de mi madrina noté el horror, en él leí que presentía que nada bueno sucedería a partir de su salida, así que tomó a su interlocutora del brazo y, prácticamente a la fuerza la sentó a su lado usando luego toda clase de argumento buscando persuadirla contra cualquier decisión absurda o alocada. Le decía que todo se aclararía, que todos habían de saber que ella nada tuvo que ver con eso. Ella, en cambio, entre sollozos ahogados, asentía con la cabeza todo lo que madrina decía; sólo esa reacción hubo en ella, no hacía más nada; parece que el dolor provocado por la angustia y el desengaño había quebrado toda su humanidad dejando tan sólo el ente biológico a merced de cualquier instinto desaprensivo.




Terminado el monólogo de madrina, la mujer salió en dirección desconocida, nadie la volvió a ver desde aquella hora; su esposo, Brogollón la buscaba con desesperación; iba de un lado a otro, desesperado temiendo lo peor; en eso fue a dar a la puerta de madrina quien afirmó que sí estuvo ahí pero que se retiró pasada las once de la mañana sin decir hacia dónde iría. Al oír esa respuesta Brogollón manifestó en su rostro el incremento de su desesperación.


La desesperada búsqueda de Brogollón se convirtió en alarma que reforzada por el morbo hacía del rumor un ruido angustiante: -¡Brogollón ta' deseperao...Parece que la mujer se le fue con otro, dicen que con Feli Maltine..! ¡Míralo, míralo...Ahí viene, parece que lo cuerno no le dejan levantá la cabeza- Secreteaban algunos movidos por su logorrea mórbida. Otros en cambio, investidos por la compasión que impregna el sentido común, lo miraban con lástima y, cuando se les aproximaba, le inquirían sobre su afán y le decían: ¡Ten fe, tu va ve que ella va aparecé..! ¡Lo má seguro ta’ en la casa de una de su familia..! Pero él, como sabía lo sucedido, callaba porque en su interior se temía lo peor; sabía muy bien que ella defendía a capa y espada su dignidad, ese refrán de "pobre pero honrada" era su rezo diario, un rezo que anunciaba que para ella la dignidad y el honor es el tesoro más preciado de cualquier persona y, por lo tanto, estaría decidida a defenderla a toda costa, aún así le costara la vida.




Pasadas las seis de la tarde, la alarma cundió en el barrio: la mujer de Brogollón se había suicidado arrojándose del "Puente de la 17". El hecho había sucedido como a las doce y media del mediodía, pero él lo supo más tarde porque en el camino escuchó que una mujer se había "tirado del puente" y él, acosado por un fuerte presentimiento, acudió a la morgue donde confirmó muy a pesar suyo de que se trataba de su esposa.


Desde ese instante, su vida no fue la misma: culpabilidad pues pensaba que, conociendo lo que le sucedió a la esposa, debió hacer algo que le sirviera de consuelo a ella, como insultar a la vecina resaltando la inocencia y pulcritud de aquella, o simplemente servirle de paño de lágrimas, pero no fue así, sino que restó importancia al hecho ignorando el torbellino que se desataría en el interior de su esposa. Atormentado por ese sentimiento de culpabilidad se sumergió en la bebida constante dejando totalmente ausente el estado de sobriedad; de un lado a otro se le veía con una botella de ron, en una constante endecha que se cifraba en lágrimas, babeo y largas horas de sueño en cualquier acera que encontraba apropiada.


El tema del suicidio ha generado diferentes debates. Desde diferentes disciplinas del saber, se aborda este fenómeno; se busca explicar sus repercusiones en los sujetos que guardan alguna relación con el suicida además de las posibles causas que lo motivaron a tomar semejante decisión. Lo cierto es que el fenómeno del suicidio es abordado con cierto morbo sobre todo cuando el mismo es aplicado desde la individualidad; y la morbidez se acentúa en virtud de la trascendencia. No es lo mismo el suicidio de un hijo de machepa que el de Robin Williams (todos quieren leer la posible carta que dejó el lector, todos quieren saber qué fue lo que le motivó, pero muy pocos, excepto sus seres más cercanos, se preocupan por la muerte de los que no trascienden). Quizás la trascendencia determine la magnitud del suicidio.




Pero aquí no se trata la magnitud o el impacto del suicidio sino que el mismo es visto como una conclusión del practicante; porque cuando la decisión es tomada es porque hace tiempo, desde que el individuo ha considerado lo insoslayable de su absurdo existencial, decidió que la salida para tal problema es la de poner fin por cualquier medio a su existencia. Aunque la acción tiene apariencia de abrupta, en verdad fue maquinada y es producto de una larga reflexión; el hecho de que el suicida deje una nota, en el caso de los que son ordenados y quieren dejar una explicación de lo sucedido, denota que hubo la reflexión fue previa y que consideró posibles diferentes opciones no encontrando, en consecuencia, más alternativa que la ejecución llevada a cabo.


Por mi parte, considero que el suicidio no es un acto de cobardía ni una acción al casual; todo lo contrario, implica que el individuo se arma de valor y rompe con lo último vestigio de animalidad que queda en nosotros: el instinto de "auto conservación". De podrá argumentar desde cualquier ángulo, se podrá incluso recurrir al fundamentalismo judeocristiano, pero la "auto conservación" es enteramente animal. Algún disidente argüirá que hay animales que se arrojan por algún barranco; quizás, pero no para morir, no para buscar la muerte. Porque la búsqueda de la muerte es posterior a la reflexión; es después de entender que no hay "más nada que buscar"; es después de mirar a todos lados y comprobar que la vida no tiene sentido; es después de una reflexión seria y sospesada que el suicida emprende la marcha. La animalidad no racionaliza ni tiene preocupaciones existenciales sino la humanidad, aquella que desde su despertar a la conciencia se sintió acorralada y, en consecuencia, emplea todo mecanismo de evasión para "no joderse". ¿Qué es lo que caracteriza nuestro género sino la disidencia con la naturaleza, la ruptura con lo universal, la el rompimiento con todo canon preexistente?


En el relato bíblico del "pecado original" encontramos que la falla del ser humano consistió en la desobediencia; el asunto del castigo divino no fue por comer o no comer del fruto prohibido, sino en respuesta a la violación de todo precepto impuesto, y el ser humano actuó de acuerdo a su subjetividad: primero, cuestionando todo precepto para, luego quebrantarlo. Es propio de la humanidad resistirse a las imposiciones, no importa que las mismas redunden en su beneficio, el asunto es ir en contra de la corriente porque en su forma de entender las cosas, de reflexionarla, todo debe tener un ápice de coherencia de acuerdo a sus propias conclusiones, y eso no se encuentra en un imperativo infundado sino que este debe proceder de los conflictos que le aquejan, conflictos que, después de experimentados le sirven de premisas para obtener sus propias conclusiones.


Demás está decir que solamente el ser humano puede concluir sobre lo que le conviene o no, lo que puede tener o no sentido. La animalidad, cifrada en la Naturaleza, no está en la capacidad de argüir y luego deprimirse. Esta condición es privativa de la humanidad, es ella quien mira las ocas en su justa dimensión y, después de concluir sobre lo irrelevante de su vida toma la decisión, a su entender, más lógica de salir de aquél atolladero en que se encuentra sumergido; un atolladero al que fue llevado sin su consentimiento; allí se encuentra y no sabe cómo, pero en respuesta al sino que lo tiraniza busca la manera más abrupta y confiable que le permita liberarse de ese tiranicidio trascendente.


El suicida despierta a una realidad amarga cuyo sentido no encuentra. Su racionalidad lo ha inducido a ir más allá de "las meras apariencias" conminándolo a ver las cosas en su justa dimensión; lo ha comprendido todo y concluye que su vida no ha sido más que un "correr tras el viento" (Eclesiastés). La vanidad de la vida, de lo que él cree su todo, lo ha sobrecogido dejándolo desamparado y por demás acorralado. Ha intuido que su realidad circundante es "un trasmundo y una ilusión de reemplazo" (Baudrillard: El pacto de lucidez o la inteligencia del mal). Ha reemplazado unos valores por otro en busca de dar razón a su existencia; ha creado una serie de mecanismos que le permitan optimizar su azarosa existencia pero lo que obtiene en respuesta en la amarga convicción de que está irremediablemente perdido; que su existencia se resume a un capricho ajeno para el que no encuentra más respuesta que la aniquilación. Pero sabe que no puede actuar así sin perjudicarse a sí mismo, pero de todos modos quiere concluir con ello a toda costa, así le cueste la vida.




En Los miserable, de Víctor Hugo, encontramos el caso del inspector Jarver quien después de pasarse largos años de persecución de un prófugo de la Ley, concluye que el sistema por el que tanto veló y defendió a capa y espada, estaba corrompido, que un prófugo de la Ley tenía más sentido del deber y compromiso con la sociedad que aquellos que estaban directamente obligado a ello. Para Jarver el sistema era el todo, de modo que al verlo ahora tal y como era perdió toda orientación viendo su vida sumergida en la desesperación, una desesperación que busca romper aún a costa de su propia existencia. Lo mismo podemos observar en El 93 del mismo autor donde el personaje central, Lantenac, viendo sus esperanzas truncadas, recurre al suicidio.


En el relato con el que inicio este ensayo, vemos la misma operación. La mujer de Brogollón, recurre al suicidio como respuesta a un acorralamiento del que ya no podría salir. Su dignidad era su norte, era lo más preciado; no tenía fortuna, tenía muchas necesidades, peo se ufanaba de su rectitud moral; los principios sobre los que fue constituían el fundamente de su dignidad. Por eso, cuando le acusan de semejante cosa, de ladrona, se sintió ultrajada, la vergüenza la ahogaba; semejante acusación le había privado de todo deseo de vivir. Más allá de su status social y de todo lo que esto implicaba, estaba su dignidad, pero la había perdido, le había sido quitada cuando se puso en tela de juicio su pulcritud moral. Al oír semejante acusación, y más de su mejor amiga, su sentido de la vida se diseminó dejando un vacío que al final encontraría sentido en su suicidio.




"¡Yo prefiero la muerte que continuar así", dice Rafael Alcántara, Raffo, en una canción titulada Arrepentimiento, canción que en toda su estructura recoge la reflexión que un individuo hace de toda su vida y, concluyendo en que todo resulta ser un verdadero absurdo, encuentra que la muerte puede poner fin a tanta insensatez (un 21 de enero de 1985, Rafael Alcántara, se suicida lanzándose del Puente de la 17). La sentencia del cantante es útil para explicar el tema del suicidio: quienes lo practican recurren a él para salir de las situaciones límites en las que se sienten acorralado.


Yo no creo, que los suicidas sean cobardes. Se necesita mucha determinación, bajo depresión o no, para poner fin a su vida de forma tan abrupta. Esa decisión no surge al azar, y de ser así no pasaría de ser un accidente. La reflexión precede al suicidio; allí el suicida rescinde de toda esperanza y niega el sentido de la vida, una vez esto sucede lo inesperado. Como la mujer del relato que precede quien perdiendo toda orientación existencial acude a la manera más abrupta de poner fin su angustia.





Por: José E. Flete-Morillo.-

No hay comentarios:

Publicar un comentario